Muchas (os) de nosotras (os)
llegamos al Vichada con la expectativa de realizar tal vez el primer trabajo de
campo a lo largo de nuestra travesía como profesionales, algunas (os) nos
sentíamos nerviosas (os) por la pronta interacción que tendríamos con la
comunidad, pensábamos en la responsabilidad ético-profesional y personal que
asumíamos, al interactuar con un grupo de personas con las cuales se
habían forjado previamente unas estrechas relaciones sociales, edificadas en el
respeto, el trabajo mutuo y la confianza. Dos semanas de arduo trabajo, en
donde la interacción con los miembros de la colectividad irían vislumbrando el
camino y la posición ético-profesional que debíamos asumir.
Al comienzo y como es frecuente para quienes
estamos encaminados a trabajar en las ciencias sociales, a pesar de ser
“profesionales” o estarnos formando como tales, incluso sin desearlo en muchas
ocasiones, lleguemos cargados de juicios de valor o preconcepciones sobre: lo
que son, la forma en que piensan, actúan o hablan estas personas. En nuestra
mente están estereotipados: el o la campesino(a), el o la indígena, el o
la afrodescendiente, la persona que es gay o lesbiana. O cualquier otra persona
con diferente etnia, raza, identidad sexual, etc.
Como resultado de unos procesos de colonialismo
y globalización que permean los tiempos modernos, hemos edificado estos
imaginarios que como un casete presentan en nuestra mente estos estereotipos
construidos por una cultura occidental. La importancia de conservar las
tradiciones, los cantos, rezos, en general la cultura de una comunidad, se cree
casi innecesario o perdido ante un mundo cada vez más “desarrollado”.
Pero, como menciona Bo aventura de Sousa Santos
en las “Epistemologías del Sur”, el conocimiento se debe construir desde las
prácticas, tradiciones y costumbres de los pueblos y grupos sociales que han
sido sujetos por el colonialismo y la globalización, como es el caso de los
pueblos indígenas. Como dice Don Eladio uno de los ancianos sabios de la
comunidad, una de las intenciones del pueblo Sikuani es: “reconocer y recordar
la forma en que nuestros ancestros nos enseñaron a vivir”. La justicia social
global no puede ser posible sin antes valorar y entender como las diversas
culturas perciben el mundo, esto incluye sus formas y estilos de vida,
Por lo que las prácticas de conocimiento
encaminadas a la transformación social, deben respetar la diversidad de cada
raza, pueblo o nación y velar por promover la interculturalidad entre ellos, de
esta manera procuramos con la dirección del director de profesionales amigos
Álvaro Hernández, ser muy éticos en el sentido en que nuestra interacción con
la comunidad estaba direccionado por la intención de potencializar sus
capacidades y cualidades, entendiendo que los Sikuani tienen todos los medios
personales y materiales para ser un pueblo autónomo.
Aunque nos llamaban “profes” en repetidas
ocasiones, a pesar de que les pidiéramos el favor de no hacerlo, fuimos nosotras
y nosotros quienes en realidad aprendimos de ellos, nuestros
conocimientos a pesar de ser profesionales se quedaban cortos frente a la
experiencia y la sabiduría que habían recibido de sus antepasados y que aún hoy
disfrutan. Era el caso de las mujeres, quienes nos daban una gran lección,
muchas de nosotras nos ufanamos o incluso nos sentimos orgullosas al creernos
“feministas”. Pero la forma en que las indígenas manejan sus relaciones desde
el ámbito privado (hogar) y el ámbito público (fuera de él, asambleas, etc.)
demostraba un verdadero ejemplo de esta frase: “el feminismo es un trabajo
mancomunado entre el hombre y la mujer”.
No solo sus conocimientos ancestrales si no la
calidad humana de estas personas fueron lecciones de vida para muchos de
nosotros. Estos pares indígenas, estaban llenos de amabilidad y buenos
sentimientos, nos acogieron de una forma tan cálida, que sin empezar a
trabajar aún, muchos de nosotros ya hacíamos planes para el futuro, de trabajar
permanentemente en el Vichada con esta gente maravillosa. En el resguardo
siempre recibimos lo mejor de su parte, nos dieron sus mejores dormitorios, la
mejor alimentación que podían ofrecernos y todo su cariño en la forma más
sincera. Haciendo entonces de nuestro viaje al Vichada no solo una fuente de
enriquecimiento a nivel profesional si no personal.
De la “herencia” colonial al verdadero conocimiento descolonizador
