El caño El Boral divide al Resguardo Gavilán de la inspección de San Theodoro, un pequeño caserío que sirve de centro de abastecimiento de las veredas cercanas y del propio Resguardo. Como nos quedamos sin provisiones, decidí ir allí a comprar algo para nuestra comida de los dos días siguientes acompañado por Olivelio, un joven de 17 años que quedó en octavo y busca seguir estudiando. Salimos en moto lloviznando y nos agarró el aguacero durante los 30 minutos que duró el recorrido.
El caño El Boral estaba rebosado como suele suceder en invierno; aunque lo atraviesa un puente, el agua lo sobrepasó y tuvimos que dejar la moto a 100 metros de la entrada del puente. Lo atravesamos con el agua en la cintura, caminando despacio y, personalmente, con el temor de un animal… Compramos las cosas y de vuelta dejó de llover, aunque el camino hasta el puente -cerca de 800 metros de vuelta- estaba inundado. Un poco de desesperación me asaltó cuando íbamos de camino mientras en la moto avanzábamos empapados. Pensé en devolverme por seguridad y por temor y por un momento tuve conciencia de que esta experiencia, extraordinaria para mí (y por qué no, con un toque de aventura) era la vida cotidiana de las personas que habitan el lugar: que lo que para mí era una opción para las personas de la región era su condición.
Sobra decir que la falta de infraestructura adecuada hace difícil el transporte tan necesario en la región. Tampoco es necesario recordar que las personas se adaptan a los ambientes y se hacen hábiles para sortear las circunstancias. Sin embargo, la reflexión que se me impuso consistía en que la diferencia de oportunidades, la injusticia social concomitante y el desorden climático que ya se siente en la región impactaban de manera diferenciada entre quienes tenemos la pobreza como una opción y no como una condición.
Cuando una persona que se forma como profesional se encuentra cara a cara con este tipo de situaciones se confronta en tres dimensiones: en lo que es, hace y sabe en tanto que colombiano y en tanto que profesional. Todos los que hemos pasado por la experiencia del Pensamiento + Acción nos hemos confrontado al punto de tomar la opción de asumir la condición de otros compatriotas para entender mejor lo que viven, aprender de la riqueza de sus pensamientos y acciones e imaginar luego la manera de hacerle justicia al pasado como una forma de construir el futuro.
La Séptima Jornada de Apoyo Local fue un momento para reflexionar sobre las opciones y condiciones personales y sociales. Las experiencias que vivimos fueron un retorno a lo fundamental: poder comer, abrigarnos y vestirnos; poder dar de comer, dar abrigo y dar vestido; enseñar a cultivar, a construir, a confeccionar.
La vida es tan elemental como eso. Sin embargo, encantados con lo posible nos vamos desentendiendo de lo necesario y de repente, vemos hermanos sin tierra, sin comida, sin vestido. La gente que no tiene dónde vivir, qué comer, con qué vestirse, no tiene tampoco cómo educarse, cómo curarse (también cómo no enfermarse) como organizarse políticamente. Y al mismo tiempo, si no nos formamos, nos curamos y nos organizamos, no vamos a poder dormir, comer y vestirnos mejor.
Es en este contexto donde tiene sentido ser un Profesional Amigo y tomar opciones para transformar las condiciones. Un Profesional Amigo, nos vamos dando cuenta, debe pasar un tiempo con las comunidades, comer, trabajar y vivir su vida cotidiana y hacerse uno con ellas. Debe prolongar su presencia cada vez más, para que su acompañamiento despeje los intentos de intervención. Enseña con el ejemplo lo que quiere que las comunidades realicen: enseña a hacer casas haciendo casas, enseña a vestirse haciéndose su propia ropa y enseña a comer cultivando sus alimentos. Este es el reto al que nos enfrentamos ahora y que ha resultado luego de siete Jornadas de Apoyo Local: ser nosotros el cambio que queremos ver en los demás, impactar nuestro afuera desde nuestro adentro hasta lograr que las opciones y las condiciones coincidan. Esto es, hacer justicia.